¿¿QUIEN MANDA ESA PARTIDA…?? “el Tigre de los Llanos”

“Los viajeros doblan por la curva de Sinsacate y después bajan, a paso regular, por el recodo del camino, apretado por laderas de matorral espeso que hacen encantador pero siniestro el sitio, propio para emboscadas. ¿Será allí? Hay cierto movimiento de ramas apretadas y casi se reproduciría la sensación dantesca de que los árboles tienen formas humanas. Y escurriéndose como víboras, sin quebrar las hojas secas, se apostan de diez en diez, tres grupos; a la derecha e izquierda de la galera anhelada. Ya se acerca. Se aproxima. Desemboca. ¿Ya?” (1)

¿¿¿Quién manda esa partida???

En el paraje de Barranca Yaco (al norte de la provincia de Córdoba), el sonido de los buitres sobrevolando esas áridas regiones retumbarían en la historia como un eco interminable de la anunciada tragedia.

¿¿¿Quién manda esa partida ???…”, habría arengado el caudillo riojano en respuesta ante la acometida del tropel de forajidos y los tiros amenazantes (aunque el historiador David Peña refirió que Quiroga habría pronunciado: “Que venga el jefe de esta partida… ¿qué significa esto?”). (2)

Una artera emboscada de matones a sueldo daba por cierto los rumores que por entonces los vientos mediterráneos y de las pampas traían y, una bala cargada de odios, intrigas e intereses mezquinos retrasaría los tiempos de la unión de los argentinos, de la Constitución Nacional y regaría de sangre las provincias.

Aún parece fresca en la historia la herida abierta aquel fatídico 16 de febrero de 1835, en que el ensangrentado polvo del Camino Real fue mudo testigo de la barbarie traicionera.

Sorprendentemente, yacía tendido y sin vida “el Tigre de los Llanos”, Gral. Don. Juan Facundo Quiroga. Tanta pasión, tanta valentía e intensa vida, pasaba a transformarse en quietud y mito, símbolo de los ideales y las luchas federales.

Precisamente regresaba Quiroga de oficiar un acuerdo pacifista en el norte argentino entre los gobiernos de Tucumán (Felipe Heredia) y Salta (Pablo Latorre), en pos de evitar una segura guerra civil.

El lento proceso de organización nacional sufría entonces un retroceso, donde las pasiones se ubicarían más distantes y se acrecentarían con mayor virulencia sin reconciliación alguna…  De allí y en poco tiempo más, un salto al orden, a la restauración de las leyes, a la obligada imposición de ideas e intereses a punta de fusiles y lanceros ante tanto desconcierto.

Lo concreto fue que un tal Santos Pérez -capitán adicto a los hermanos cordobeses Reinafé- comandó la partida, tendió la cobarde trampa y disparó a sangre fría una de las balas más agudas de la historia: al cruzar la galera del General Quiroga, y en momentos que éste asomó su cabeza, la bala impactó en su ojo izquierdo y el caudillo cayó pesadamente al polvo, como la historia misma hasta ese entonces.

Nadie salió a salvo, ni su secretario, el coronel José Santos Ortiz, ni sus cuatro asistentes, ni tampoco un niño que acompañaba la galera. Todos muertos y degollados. El Tigre de los Llanos, solo llevaba de custodia su coraje, su fama y su don de intrépido en que nadie se le atrevería a provocar un rasguño. Se le escuchaba decir al riojano: “No ha nacido todavía el hombre que ha de matar a Facundo Quiroga”.  Sin embargo, la capilla de la vecina posta de Sinsacate fue albergue de sus primeras horas ante el Altísimo.

Por el homicidio del caudillo riojano, fueron condenados a muerte Santos Pérez y los hermanos José Vicente, Francisco, Antonio y Guillermo Reinafé (caudillos cordobeses que habrían ordenado la muerte del general riojano), siendo ejecutados el 26 de octubre de 1837 en la plaza de la Victoria.

No obstante el juicio y las condenas, la intriga de los autores intelectuales de semejante crimen sobrevoló sobre varios gobernadores de la época: el gobernador santafecino Gral. Estanislao López (de innegable tirantez para con el riojano); Juan Felipe Ibarra de Santiago del Estero que no le brindó suficiente escoltas (Facundo le habría rechazado la protección); y hasta sobre el mismísimo Rosas alcanzó la acusación, pero en su último encuentro con Quiroga, en la madrugada del 17 de diciembre de 1834, en la Hacienda de Figueroa (actual “Estancia La Merced”, muy próximo a San Antonio de Areco y cerca de San Andrés de Giles de la provincia de Buenos Aires), el gobernador bonaerense le ofreció suficiente escolta para su programada misión, también rechazada por el riojano.

La muerte de Quiroga resultaría una bisagra en la historia argentina.

Ya desde años anteriores, se pretendía una nueva gobernación de Rosas y, ante la insistente negativa del mismo, la tragedia del asesinato de Quiroga motivó que la Legislatura de Buenos Aires decidiera convencer al ex gobernador, otorgándole las facultades extraordinarias para un “régimen republicano de excepción” por cinco años, habiendo ratificado tal decisión el pueblo de Buenos Aires en un plebiscito. Así entonces, el Gral. Rosas asumió su segundo mandato el 7 de marzo de 1835.

¿Existía en esos tiempos otra forma de poner cauce al orden y la barbarie ante tan endeble organización nacional de lenta y creciente nacimiento, que estaba siendo saboteada por intereses colonizadores de los “doctores” unitarios?

Diez años después de la  tragedia de Quiroga (1845), con el único fin de atacar al gobernador de Buenos Aires y encargado de las relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, Brigadier General Juan Manuel de Rosas, la “inteligenzia” de Domingo Sarmiento derramaría ríos de tinta para armar una fábula novelesca de “buenos contra malos” en su obra literaria “Facundo”, donde “la sombra del temible Quiroga” (de no menos ni mayor bravía que el propio autor y varios unitarios como los Generales José María Paz, Juan Lavalle o Lamadrid), resultaría la excusa adecuada para difundir, concientizar e imponer sus ideas políticas colonizadoras, extranjerizantes, y de beneficio para las clases sociales más acomodadas.

“¡Sombra ensangrentada! No has sido entonces el mito aterrador que el nombre de Facundo evoca. Fuiste el general Juan Facundo Quiroga, nervio, centro, fuerza, pensamiento y acción representativos de esas entidades humildes, candorosas y lozanas, que se llaman las provincias, en la hora crepuscular de su incorporación a este núcleo incontrastable que formara la patria. Representas en germen un ideal que unido al del vasto laboreo, da origen después a la organización de que hoy gozamos…” (3)

Hoy, el cuerpo de Juan Facundo Quiroga reposa de pié en el cementerio de La Recoleta de Buenos Aires, de igual modo como supo conducir dignamente su intensa vida.

(1), (2) y (3). – “Juan Facundo Quiroga” de David Peña, pags. 303, 319 y sgts.,

Editores Memoria Argentina Emecé, impreso en Printing Books, calle Carhué 856, Temperley, junio de 1999.

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El “FACUNDO”, todo un símbolo de la ideología liberal en la historia argentina:

A partir del “Facundo”, Sarmiento le daría a la literatura argentina una obra clásica, ilustrada semilla del acabado pensamiento liberal, colonizador y de extremo capitalismo, que redundaría en útil expresión para la formación de ideas y sentimientos de los argentinos en la pretensión de organizar un país para pocos, profetizando el odio, la soberbia y la discriminación,  identificando a sus enemigos como “la culpa de todos los males”, anteponiendo los conceptos de “civilización” al de “barbarie”, o lo que en realidad fue: “despotismo o barbarie”, arrogándose en forma exclusiva las virtudes de civismo, educación y progreso, en claro contrasentido con los valores morales.

Al respecto, el caudillo sanjuanino supo expresar: “Lograremos exterminar a los indios?, Por los Salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría a colgar ahora si reapareciesen…se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado.” (artículos en El Progreso 27.9.1844, y en El Nacional 19.5.1857, 25.11.1878 y 8.2.1879)(1)

Con ese marcado acento y desprecio, Sarmiento -traidor de su raza- practicó el exterminio de los argentinos de piel oscura, además de sostener que “la Patagonia no nos sirve”, pues para él era mejor que la administrara Chile (país que lo supo albergar en el exilio).

Tampoco debe olvidarse del apoyo de Sarmiento –en tiempos de la presidencia del Gral. Bartolomé Mitre-, para el exterminio de cientos de millares de hermanos paraguayos, que le provocaría la felicidad del “deber logrado” para beneplácito de los intereses del imperio británico. En la guerra de la Triple Alianza (Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay), o mejor dicho el exterminio de la nación más desarrollada del cono sur en esos tiempos, ocurrida entre 1865 a 1870 y promovida con el apoyo económico e interés del imperio británico, la población guaraní quedó reducida de 1.000.000 a unos 200.000 habitantes -en su mayoría mujeres y niños. El propio Sarmiento en 1870 expresó: “Se acabó la guerra. Ya no queda ningún paraguayo mayor de diez años”, y celebró “Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana”. Vaya roñía: sus últimos días lo encontraría en la bella Asunción del Paraguay, postrado, viejo y solitario ante la única compañía de una fiel servil mujer, y apagaría su vida un 11 de septiembre de 1888.

Del Paraguay exterminado solo sobrevivió el nacimiento y la lengua original del guaraní. Por ello, la palabra es sagrada (2). Un eterno perdón, mezcla de arrepentimiento y vergüenza, aún les deben las tres naciones vecinas al Paraguay, deuda jamás saldada.

Luego de la “experiencia internacional”, vendría el avasallamiento sobre las vidas y dignidad de nuestros compatriotas. Tendría lugar en nuestro territorio y en manos del militar y liberal presidente Julio A. Roca (la omisión de su segundo nombre es un homenaje a nuestra dignidad e identidad del orgullo del ser nacional), en su embestida contra el aniquilamiento y genocidio de los pueblos indígenas para vaciar la Patagonia desde las puertas mismas del sur de la provincia de Buenos Aires (1878-1885).

¿” Conquista del desierto” habitado por pueblos originarios? ó ¿apropiación ilegítima de tierras para el reparto entre las familias más adineradas de la elite porteña? (desde siempre hubo civiles apoyando gobiernos militares dictatoriales).

Pues, al fin y al cabo, de tanta matanza y crueldad contra los pueblos originarios, si bien no hay cifras exactas, se dice que unos 3.000 indígenas fueron muertos y otros 10.000 reducidos a servidumbre, en tanto que unas 15.000 leguas fueron apropiadas para la agricultura y ganadería e incrementar las incipientes riquezas de familias de Buenos Aires como los Martínez de Hoz, Anchorena, Pereyra Iraola, Luro, Alzaga Unzué, entre otros. Porque todo tiene que ver con todo. todo es historia, y tan sólo basta con ejercitar la memoria.

(1) y (2). – “Espejos” de Eduardo Galeano, pags. 185, 202 y sgts., Siglo XXI Editores, año 2.008.

Ariel Formento

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