La conquista del desierto

El avance del estado argentino sobre los territorios indígenas.

Mucho tiempo antes de la llegada de los conquistadores españoles acá, en este territorio, habitaban grupos humanos que habían alcanzado distintos grados de desarrollo y que para el momento de la conformación del estado argentino la mayoría de estos grupos ya eran sedentarios ocupando amplias regiones.

La historia oficial argentina se encargó de esconder la presencia de estos grupos humanos anteriores a la conquista, dando a entender que el territorio estaba vacío y solamente había que ocuparlo.

Hacia 1870 había unos 30.000 aborígenes que habitaban la región de la Pampa y Patagonia.

Esa región poblada por comunidades originarias era llamada «Desierto» por la sociedad nacional argentina.

  • Al sur de San Luis, en Leuvucó estaba la confederación de los Ranqueles, al mando de los caciques Mariano Rosas, Baigorrita y Pincén.
  • En las Salinas Grandes (Chilihué) se había establecido el más grande cacique araucano, Calfucurá, con su confederación –miles de hombres bajo su mando– y un liderazgo indiscutido durante cuarenta y ocho años.
  • En Neuquén gobernaba el tehuelche Saihueque, con gran cantidad de caciques bajo su autoridad.
  • Dentro de la línea de frontera estaban los indios amigos, bajo el mando de Catriel (cerca de Azul), Coliqueo y otros cacicazgos menores.
  • En el Chaco las comunidades guaikurúes y mataco-mataguayas mantenían sus territorios libres
  • Los araucanos que eran considerados por los criollos como el azote de las pampas. Por la ferocidad en sus ataques, su manejo de la lanza y su destreza como jinetes. La sociedad nacional presentaba a estos indios como invasores chilenos, cuando en realidad, ellos no pertenecían ni a Chile, ni a nuestro país, sino a la nación Mapuche o Araucana: la división política y geográfica de los Estados no les correspondía a los araucanos, que tenían otra cultura y eran perseguidos por ambos gobiernos.

El avance criollo sobre los territorios aborígenes

La primera campaña del desierto la realizó Juan Manuel de Rosas entre los años 1833 y 1834, fue financiada por los estancieros bonaerenses que estaban preocupados por la amenaza indígena en la frontera.

La expedición contó con el apoyo de las provincias de Córdoba, San Luis, San Juan y Mendoza. Rosas combinó la conciliación con la represión.

Pactó con los pampas y se enfrentó con los ranqueles y la Confederación liderada por Juan Manuel Calfucurá.
Según un informe que Rosas presentó al gobierno de Buenos Aires a poco de comenzar la conquista, el saldo fue de 3.200 indios muertos, 1.200 prisioneros y se rescataron 1.000 cautivos blancos.

En marzo de 1855, el gobierno de la provincia envió una expedición militar hacia la zona de Azul al mando del coronel Bartolomé Mitre. Mientras acampaba en Sierra Chica, la división fue cercada y diezmada por los lanceros del cacique Calfucurá.

La consolidación del Estado nacional hacía necesaria la clara delimitación de sus fronteras con los países vecinos. En este contexto, se hacía imprescindible la ocupación del espacio patagónico reclamado por Chile durante décadas.

En 1872 el general Rivas, ayudado por el cacique Catriel, derrotó en la batalla de San Carlos, (hoy Bolívar) al cacique Calfucura, ya habían empezado a utilizar los fusiles Remington, importados por Sarmiento. Después de la derrota, el cacique que ya era anciano murió, dejando como consigna «No entregar Carhué al huinca».

La zanja de Alsina

Cuando asumió Avellaneda (pueden ver el video por acá) , su ministro de Guerra, Adolfo Alsina, planeó avanzar la frontera hasta Carhué, por lo que envió expediciones de reconocimiento. El cacique Namuncurá, fiel a la memoria de su padre (Calfucura), trató de impedirlo: en diciembre de 1875 llevó adelante el malón más importante de la historia, consiguiendo un «arreo» de más de 500.000 cabezas de ganado.

Después de este hecho el gobierno nacional, estableció fuertes cada cinco kilómetros en la frontera con los indios (pasando por el sur de Córdoba, Trenque Lauquen, Guaminí, Carhué y Puan).

Para dificultar a los indígenas avanzar con los malones y fijar la frontera, Alsina planeó hacer una fosa de 730 km que cubriera esa línea, a esto se lo conoce como la zanja de Alsina, pero la muerte lo sorprendió sin poder completar su obra. Aunque llegaron a terminar 374 km entre Carhué y la laguna del Monte, la zanja no fue muy efectiva.

La expedición de Julio A. Roca de 1879

Después de la muerte de Alsina el general Julio A. Roca, que nunca había estado de acuerdo con una política defensiva frente a los indios. Aplicó una estrategia mucho más violenta que fue favorecida por distintos factores: una epidemia de viruela que diezmó a los indios, la comunicación brindada por los recientemente instalados telégrafos, la extensión de los ramales ferroviarios, y la importación de los fusiles Remington.

Su plan sistemático de exterminio fue conocido con el nombre de Conquista del Desierto.

Antes de iniciar la gran expedición conducida por él mismo, envió numerosas partidas de desgaste con pequeños contingentes que atacaban las tolderías y poblados originarios. Esas partidas tomaron prisioneros a algunos caciques, como Pincén, Catriel y Epumer, a numerosos capitanejos, mataron a cientos de aborígenes y apresaron a 4000, lo que desmoralizó a las debilitadas tribus indígenas.

La expedición de Roca fue prácticamente un paseo que recorrió, en parte, en galera (cómodo carruaje tirado por caballos), porque ya las tribus de la pampa estaban prácticamente aniquiladas: la columna del mismo ministro no encontró un solo indio en todo su recorrido, «terminando su marcha con el arribo a las márgenes del río Negro, el 25 de mayo de 1879».

Las campañas prosiguieron más al sur del río Negro y hacia la cordillera durante la Presidencia de Roca, entre 1881 y 1885, año en que se declaró finalizada la lucha.

Las campañas en el Chaco

Como dijimos en el Chaco las comunidades guaikurúes y mataco-mataguayas mantenían sus territorios libres, pero, una vez terminada la guerra contra Paraguay, las expediciones comenzaron a presionar para que los indígenas trabajaran en los obrajes.

Las condiciones de trabajo en los obrajes de madera eran muy malas, por lo que los indios rechazaron las incursiones e iniciaron ataques contra las nuevas posiciones ocupadas por los blancos.

La colonia San Fernando (fundada por los jesuitas en el siglo XVII) contaba con quince obrajes en 1875. Sus habitantes se hicieron famosos por su firmeza ante las embestidas aborígenes, y es probable que de allí se originara el nombre de la ciudad: Resistencia.

En 1879 se fundó la ciudad de Formosa, y poco después se organizó una segunda expedición contra los indios chaqueños. Todas las incursiones tuvieron un alto costo para las tropas, debido a los escollos que les presentaba la naturaleza, y que resultaron favorables para los indígenas, por su mayor conocimiento del medio; sin embargo, fueron exterminando de a poco a las comunidades y prepararon el dominio de los intereses empresariales sobre la región.

Consecuencias de las expediciones

Vamos a ver ahora las consecuencias del exterminio de indígenas por parte de las campañas militares. 

En seis años murieron o fueron asesinados 2500 indígenas, a los sobrevivientes se los despojó de la tierra y se dividieron políticamente los territorios ocupados. La población nativa fue reemplazada por colonos, y latifundistas.

Para desintegrar culturalmente a las comunidades aborígenes y borrar su sentimiento de identidad, la política del gobierno consistió en aniquilar los grandes Cacicazgos: la inmensa mayoría de los caciques de prestigio murieron en combate o fueron ejecutados, luego de hacerlos prisioneros, otros permanecieron presos o confinados con sacerdotes para «convertirlos» y algunos se exiliaron. El Gobierno también profanó sus cementerios, llevándose los restos de los caciques Calfucurá y Mariano Rosas –entre otros– (por un supuesto «interés científico») al museo de La Plata. El Cacique Mariano Rosas había advertido: «Hermano, cuando los cristianos han podido, nos han muerto. Y si mañana pueden matarnos a todos, nos matarán». A muchos indígenas los confinaron en «colonias» o «reservas» o los trasladaron para servir como mano de obra barata, semi-esclava; a los hombres, en ingenios azucareros y obrajes madereros y a las mujeres y niñas, como sirvientas.

Separaban las familias, desintegraban sus núcleos y los incorporaban, en forma forzada, a nuevos hábitos de vida. Las epidemias ayudaron aún más al exterminio.

Para financiar la campaña contra los indígenas se había puesto a la venta la tierra a conquistar, en «lotes» de cuatro leguas cuadradas como mínimo. Menos de cuatrocientas personas adquirieron más de ocho millones y medio de hectáreas, la mayor parte de ellas, en los campos más productivos de la región pampeana. Muchos de los territorios no vendidos fueron repartidos entre los militares y responsables de la conquista, según su graduación y jerarquía: a 541 personas les otorgaron casi cinco millones de hectáreas (a los herederos de Adolfo Alsina, 15.000 hectáreas; a cada soldado, 100 hectáreas para chacra y un cuarto de manzana).

Los soldados cuyos terrenos estaban bien ubicados –por ejemplo, cerca de algún ramal ferroviario– fueron presionados para venderlos a los terratenientes o especuladores, y los que estaban muy aislados no tenían posibilidades de explotarlos, por lo que debieron venderlos a valores mínimos, a dueños de grandes extensiones.

Se estableció que se respetarían los derechos de los ocupantes de tierras públicas en territorios fuera de la línea de frontera, si tenían títulos otorgados por gobiernos de provincias, siempre y cuando se presentasen al Poder Ejecutivo para revalidar sus títulos dentro de un corto plazo. Como los pobres gauchos no se enteraron o no tenían medios para hacerlo, muchos poderosos se adueñaron por este medio de tierras que no ocupaban, inventando testigos y comprando funcionarios corruptos. De este modo, se cedieron 3.300.000 hectáreas. Los beneficiarios de este reparto fueron unas pocas familias que hasta el día de hoy siguen siendo dueñas de grandes propiedades, LURO – BULRICH – UNZUE – MARTINEZ HOZ – SOLO PARA MENCIONAR A ALGUNOS.

Así de esta manera se fortalece lo que sería la estructura productiva de la argentina basada en la gran propiedad de la tierra y el modelo agroexportador. Este modelo se cimenta entonces primero sobre la matanza de indígenas, la apropiación de territorios y la explotación de mano de obra barata que luego será europea ya que no se pudo someter a los pocos indígenas sobreviertes a este tipo de trabajo.

Para resumir, podemos decir que para principios del siglo XX la lucha con los pueblos originarios estaba terminada, mediante distintos mecanismos y procesos se realizo un verdadero genocidio contra los más antiguos habitantes de este territorio.

La sociedad blanca en nombre de la civilización consigue su principal objetivo, anexar de manera violenta millones de hectáreas de campo al sistema agrícola ganadero.

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