El Servicio Postal de los Estados Unidos expandió el envío de paquetería a nivel doméstico en 1913. En ese entonces, el país experimentaba un desarrollo vertiginoso acompañado de prosperidad que se tradujo en el crecimiento del comercio en toda la nación, en especial en los estados del sur, históricamente dedicados a la agricultura y a los trabajos manuales. La paquetería entonces respondió a la necesidad de intercambiar productos a grandes distancias, pero ninguno tan peculiar como el que salió del pueblo de Grangeville, en Idaho, con destino a Lewiston en febrero de 1914.
El paquete registrado con un peso de 22 kilogramos, habría de recorrer 117 kilómetros hasta su destino final. Las normativas de lo que estaba permitido enviar por paquetería eran nulas y la gente aprovechó los vacíos legales para enviar todo tipo de cosas: desde sustancias prohibidas o basura hasta mascotas y ladrillos que compró un millonario para levantar un banco en su pueblo natal. Siempre que un paquete estuviera debidamente envuelto y contara con los sellos correspondientes, podía recorrer el país de costa a costa y de norte a sur con la seguridad de que sería entregado.
Se trataba de Charlotte May Pierstorff, una niña de nueve años que fue enviada por sus padres a casa de sus abuelos, pagando el sello correspondiente de 53 centavos (la tarifa que se aplicaba por el envío de gallinas), mismo que trajo visible en su ropa durante todo el viaje. La niña estuvo a punto de ser enviada a Kentucky por error, pero ella misma corrigió a la oficina de correos sobre su destino. Este fue el primer caso documentado que alertó al entonces jefe de correos, de apellido Hitchcock, sobre el envío de niños.
En investigaciones posteriores se determinó que en realidad Charlotte May fue la tercera niña enviada en correo de la que se tenga registro. El primer caso fue documentado un mes antes, en enero del mismo año. Se trató de un bebé de 4.9 kilogramos que por su peso y la corta distancia que recorrió (una milla), costó solamente 15 centavos de dólar. Más tarde, un diario local recopiló la noticia del envío de un niño de dos años por su abuela en Oklahoma. El New York Times recogió el caso y lo confirmó en entrevista con el cartero: “El chico trajo una estampilla postal sobre su cuello mostrando todo el tiempo los 18 centavos que costó su envío. Recorrió 25 millas sobre un camino rural antes de subir al tren. El pequeño fue separado de los demás paquetes y ocupó el sitio de los empleados y carteros, con quienes compartió el almuerzo y finalmente arribó sano y salvo”.
El viaje más largo que realizó un niño por vía postal fue el de Edna Neff. La niña de seis años de edad viajó desde la casa de su madre en Pensacola, Florida, hasta la de su padre, ubicada en Christianburg, Virginia. Un viaje de 1,164 kilómetros que gracias a la voluntad y atención de sus carteros se concretó exitosamente.
El envío de niños culminó en 1915, cuando las regulaciones del servicio postal estadounidense lo prohibieron tajantemente; sin embargo, al menos otro par de niños viajó meses antes de la disposición oficial. En marzo, una niña llamada Helen viajó una corta distancia en Missouri hasta llegar a casa de su abuela y en septiembre, Maud Smith, de tres años, viajó de un origen desconocido con dirección a Jackson, Kentucky. Estos relatos sin duda nos hablan de otra época y dan testimonio de una sociedad distinta a la actual. La travesía de Smith fue la última paquetería infantil y con ello, el final de uno de los episodios más curiosos en la historia de los Estados Unidos, imagen que muestra inequívocamente el reflejo de una época completamente distinta a la actual, donde la ingenuidad y un espíritu cooperativo hicieron posible la realización de estos viajes.