EXILIO Y MUERTE DE ROSAS – SOBRIEDAD Y GRANDEZA

Exilado en Inglaterra, Juan Manuel de Rosas se instaló en la granja “Burguess Farm”. Cuando la recibió era prácticamente una tapera, rodeada de terreno sin trabajar, pero Juan Manuel, con su tenacidad de carácter, fue transformándola con esfuerzo.

“Yo he ido limpiando y componiendo todo –escribe Rosas a su amiga Josefa Gómez- Los ranchos están acomodados. Manuelita ha parado aquí viviendo en ellos dos semanas con Máximo y los dos niños…Me parece que ha estado contenta…De la tierra he arrancado unos dos mil árboles y troncos grandísimos que nadie se había animado a hacerlo. He puesto caños en la tierra a una vara de hondura. Sigo mejorándola”.

No solamente arregló los “ranchos” y su entorno inmediato, sino que todo el ambiente se impregnó de ser su personalidad criolla. Un viajero argentino que visitó Burgess Farm cincuenta años más tarde, creyó encontrarse frente a un puesto de una estancia bonaerense, con el monte de perales, manzanos, duraznos y añosos árboles de sombra que había plantado Rosas cerca de la casa. En una depresión había una laguna con patos, con un cerco de espinillos que rodeaba el monte, con una vieja tranquera que la separaba del potrero. En el barrio, perduraba aun flotando como una tradición, el recuerdo del “General”, que con su fuerte personalidad había impregnado el ambiente.

Granja de Burgess Street, Suthmampton   

Litografía Archivo General de la Nación   

El viajero pudo conocer Henry Coward, único sobreviviente de los peones que habían trabajados con Rosas. Ya anciano, Henry evocaba a su ilustre patrón hablando de sus singularidades y genialidades. Lo recordaba montado en su caballo oscuro, que él mismo enlazaba y ensillaba con apero, y que, a los ochenta años, lo saltaba sin usar el estribo, llevando lazo, espuelas y boleadoras. Lo seguía, con frecuencia, un negrito que le cebaba mate. Trabajaba todo el día, -decía Henry- y en verano dormía con frecuencia a campo raso. Reglamentaba minuciosamente la faena de los peones, responsabilizando a cada uno de la parte de terreno que le entregaba para labrar. Era silencioso, solitario y retraído.

Rosas consideraba el trabajo y la actividad física como una forma de mantener la salud, y a los setenta y tres años se describía a sí mismo: “No estoy encorvado. Estoy más derecho y ágil que cuando me vio Ud. la última vez en Buenos Aires –le escribía a Josefa Gómez-. No me cambio por el hombre más fuerte para el trabajo y hago aquí sobre el caballo y en otras tareas del campo, lo que no pueden hacer ni aún los mozos. Tiro el lazo y las bolas como cuando hice la campaña a los desiertos del Sud en los años 33 y 34”

En los primeros años de su exilio, a veces aceptaba invitaciones de personas encumbradas que lo agasajaban, e iba a fiestas y cacerías, donde sus anfitriones admiraban sus habilidades de jinete. “En este mes –escribía en octubre de 1854 a Eugenia Castro- más que en otros del año, voy obligado por caballeros aficionados a las carreras, a la caza de zorros y otras diversiones, a no faltarles. Gustan verme correr, de mis bromas a caballo y demás de esas afamadas correrías”

Sin recursos

Pero a Rosas le habían expropiado todas sus propiedades en Argentina, y se vio obligado a retraerse. Cortó las relaciones sociales y evitó invitaciones que él no podía corresponder, y se lamentaba que por falta de recursos no le permitía frecuentar personalidades, a través de las cuales hubiera podido hacer “mucho a favor de esas naciones de Sud América si hubiera tenido los recursos necesarios para visitar y asistir a las comidas de las personas eminentes. Pero en estos países eso no puede hacerse sin el dinero necesario, que es mucho más de lo que parece cuando no se conoce por no haberlo practicado. Ahora mismo recibí –le dice en carta a Josefa Gómez- hace pocos días, una carta de Francia avisándome lo bien que había hablado de mí el señor Ministro de Relaciones Exteriores de S.M. el Emperador, y sus deseos por que fuera a Paris, para el mismo señor ministro personalmente presentarme a una bien distinguida sociedad, a la que concurría frecuentemente S.M. el Emperador, como uno de sus miembros. Pero mi absoluta falta de recursos no me ha permitido acceder. Hoy repito asegurando a Ud. que nada tengo”

Canora y El Soldadito

Juan Manuel mantuvo correspondencia con Eugenia Castro y sus hijos, a quien le enviaba pequeños recuerdos de regalo, o algún dinero, ajustado a su magro presupuesto. “Mañana te enviaré –le escribía a Eugenia el 8 de abril de 1870- una libranza de cien pesos de nuestro papel corriente…Uno de los tres pañuelos es para vos, el otro para el “El Soldadito” (Angelita) y el otro para Canora. No les mando algo bueno porque sigo pobre”.

A su vez Angelita le enviaba un pañuelo, y le decía que ya todos sabían que él había contraído matrimonio con una rica señora de la aristocracia inglesa, a lo que Rosas le contesta: “El pañuelo que me enviaste lo sigo usando en tu nombre; es muy bueno. No me he casado, porque no tengo con que mantener a una mujer, y yo con mujer con plata no quiero casarme. Por eso verás que en lo que me dices te han engañado”

Pero las dificultades económicas no quebrantan a Juan Manuel. Uno de sus pasatiempos preferidos, además de andar a caballo, era internarse en un bosque público cercano a su granja. “Hay en este condado –le escribe a Josefa Gómez- una floresta completamente desierta. Abundan el ella ciervos, liebres y pájaros. Sus campos, arroyo, pastos y árboles son deliciosos. Allí, en esas soledades y en ese no interrumpido silencio encuentro mis únicas distracciones, como que mi vida es completamente privada. Y porque a esta clase de retiro se reducen todas mis aspiraciones, elegí para refugio este lugar donde admirablemente se encuentra ese campo público”

Los papeles de Rosas.

En Buenos Aires le volvieron a confiscar no solo sus bienes, sino los créditos por la venta de su estancia San Martín. “Mi economía en los doce corridos ha continuado siempre, tan severa como parece imposible al que no ha estado cerca de mi –le escribía a Josefa Gómez- No fumo, no tomo rapé ni vino, ni licor alguno, no hago visitas, no asisto a comidas ni a diversiones de clase alguna. Mi ropa es la de un hombre común. Mis manos y mi cara son bien quemadas y bien acreditan cual y cómo es mi trabajo diario incesante. Mi comida es un pedazo de de carne asada y mi mate. Nada más.”

Lo que más apreciaba Rosas eran sus papeles, “mil veces más valiosos que mis bienes”, donde descansaba su historia pasada, y el juicio de la posteridad.

Juicio de Dios y de la Historia

“¡El juicio del general Rosas! –escribía a Josefa Gómez-. Ese juicio compete sólo a Dios y a la Historia, porque solo Dios y la Historia pueden juzgar a los pueblos que facultaron al general Rosas con a la suma del poder por la Ley, porque así lo conservaron esos pueblos, teniendo las armas en sus manos, a pesar de las renuncias de aquél, constantes reiteradas. No pueden escribir la Historia de Rosas, ni ser jueces, los amigos ni los enemigos, las mismas víctimas que se dicen, ni los que pueden ser tachados de complicidad.”

“Durante presidí el gobierno de la Provincia Bonaerense –le dice a Josefa Gomez el 22 de septiembre de 1869- goberné puramente según mis conciencias. Soy, pues, el único responsable de mis actos, de mis hechos buenos, como de los malos, de mis errores y de mis aciertos. Pero la justicia, para serlo, debe tener dos orejas: aún no me han escuchado.” (pero a Rosas no querían escucharlo)

“Sigo conduciendo a estos ranchos mis papeles y muchas otras cosas que no pueden ser vendidas; Los papeles son numerosos y de muchísima importancia para mis herederos, entre los que hay dos ingleses, mis acreedores, mis amigos, mis enemigos y mi patria”

“Sigo pobre –le escribía a su hermana Mercedes-, verdaderamente pobre, trabajando en el campo todo cuanto puedo, sin omitir esfuerzo para tener algo que comer, unos pobres ranchos donde vivir y en que tener a mi lado mis numerosos e importantísimos papeles, que son mi único consuelo a la adversidad de mis penosas circunstancias”

Soy Federal. Francia, Artigas y Rosas El mejor caballo

Entre esos papeles, encontró Juan Manuel una carta que seguramente lo llenó de recuerdos y añoranzas. La carta estaba fechada el 16 de agosto de 1846, y firmada por don Claudio Stegman. En esa carta, luego del habitual “Viva la Federación”, don Claudio pedía permiso al Ilustre Restaurador para poner una pulpería en el partido de Pila. Haciendo vibrar esa carta el alma gaucha de Juan Manuel, escribió al margen de esa antigua misiva: “El mejor caballo que he tenido y tendré jamás me lo regaló don Claudio Stegman. Era bravo, de Entre Ríos, murió en la expedición de los desiertos del Sud comido por un tigre que, encontrado después, lo enlazó y mató el general Rosas”.

El pensador.

Rosas trabajaba incansablemente durante el día para subsistir, y por la noche ordenaba y arreglaba sus papeles.

Adolfo Saldias, que tuvo a la vista esos papeles con el permiso se Manuelita, da cuenta que Rosas estaba preparando varias obras, incluida su autobiografía, algunas de las cuales quedaron inconclusas, como “La Ley Pública”, de tinte político, o “La Religión del Hombre sea cual fuere su creencia”. Escribió también un “Diccionario de la lengua Pampa”, cuyo texto original completo pasó a manos de Adolfo Saldías.

“Tuve ocasión en Francia –dice Saldías en “Papeles de Rosas”- de enseñar la Gramática en el Diccionario al sabio Ernesto Renán, quien los en su poder algunos días, al cabo de los cuales me manifestó una opinión en extremo favorable para dichos trabajos. Llegó a prometerme una introducción para publicarlos; pero desgraciadamente falleció en esos meses, dejando en las ciencias y en las letras francesas un vacío profundo.”

Rosas escribía también, en forma de máximas, sus pensamientos morales, muchas de las cuales se pueden leer en su correspondencia, en particular con Josefa Gómez.

“Uno de los papeles más importantes que hay algunas veces que representar, es el de tonto”

“El que llora los males antes de tiempo, los llora dos veces”.

“Aunque los ancianos no estén exentos de pasiones, ni aún en lo más avanzado de su existencia, la resignación y la mansedumbre son el verdadero tesoro de de la felicidad en esta vida”.

“El hombre verdaderamente libre es el que, exento de temores infundados y de deseos innecesarios, en cualquier país y en cualquier condición en que se halle, está sujeto a los mandamientos de Dios, al dictado de su conciencia y de una sana razón”.

“La ingratitud es una semilla, que, de cientos, muy pocos degeneran”.

“Sólo es dado vivir tranquilo a los ignorantes y a los estúpidos que no piensan ni sienten; nuestro Señor Jesucristo dijo: bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”

“Nunca es tarde para alcanzar a saber algo, o para hacer algo agradable a Dios y a los hombres, si se cultiva el entendimiento. San Ignacio de Loyola comenzó a estudiar latín a los 43 años; y no fueron pocos los que pasaron esa edad hasta comenzar los cimientos de su gloria. Platón escribió sus mejores obras siendo ya octogenario; y Sócrates de Panathea trabajaba a los 97 años; y su maestro Gorgías no dejó de estudiar y escribir durante 107 años de su vida luminosa. Por eso, y por otras mis vistas, sigo mis obras con alguna mayor experiencia práctica.”

“La aspiración a una larga vida es natural: pero, aunque para obtenerla empleamos cuidados, ella se nos va también sin saldar la cuenta entre las sombras fugitivas de los goces que nos abandonan y la realidad de los sufrimientos que nos esperan”.

JUAN MANUEL DE ROSAS. La ley y el orden La Ley y el orden

En su espíritu conservador y amante del orden y la ley, repercutían las revoluciones europeas. Consideraba que la enseñanza libre era una de las causas que convertían la libertad en licencia, y que propagaba los males de la revolución y la impiedad.

“Por la enseñanza libre –escribía el 12 de mayo de 1872- la más noble de las profesiones se convierte en arte de explotación a favor de los charlatanes, de los que profesan ideas falsas subversivas de la moral o del orden público. La enseñanza libre introduce la anarquía en las ideas de los hombres, que se forman bajo principios opuestos o variados al infinito. Así el amor a la patria se extinguirá, el gobierno constitucional será imposible, porque no encontrará la base sólida de una mayoría suficiente para seguir un sistema en medio de la opinión pública confundida, como los idiomas en la torre de Babel. Ahora mismo Francia, España y los Estados Unidos están delineando el porvenir. Las Naciones, o vivirán constantemente agitadas, o tendrán que someterse al despotismo de alguno que quiera y pueda ponerlas en paz”.

Sus últimos días.

Inflexibles, sus enemigos de Buenos Aires ignoraban las privaciones económicas de aquel hombre, antes dueño de grandes bienes particulares y propiedades fruto de su esfuerzo personal, que había luchado tantos años por su patria contra enemigos internos y externos, y ahora, confiscados todos sus bienes, se debatía en la pobreza, exiliado en un país lejano y extraño. “Sobre todo –escribía Rosas- el mayor tormento es quedar solo y extranjero en medio de generaciones que lo desconocen”.

Con ochenta y cuatro años, un día especialmente frío y húmedo de marzo de 1877, quedó Rosas hasta muy tarde trabajando en el campo. Ese enfriamiento fue fatal, y derivó en una rápida neumonía. Manuelita llamó de urgencia al doctor Wibblin, que llegó desde Londres a Burguess Farm a esa noche.

Al día siguiente Rosas tuvo una mejoría que dieron esperanzas a Manuelita, que quedó acompañándolo hasta las dos de la madrugada, conversando con su padre, que le pidió que se retirara a descansar.

Pocas horas más tarde, el catorce de marzo de 1877, se agravó su situación y derivó en una agonía. Manuelita se acercó al lecho de su padre y lo besa “tantas veces como lo hacía siempre, y al besarle la mano, la sentí fría. Le pregunté: ¿Cómo te va tatita? Su contestación fue, mirándome con la mayor ternura: “No sé, niña”

Sobriedad y grandeza

La sobriedad del cortejo fúnebre, remarcó su grandeza: Sobre el ataúd la bandera argentina de la Campaña de la Sierra regalada por el coronel Arenales, hijo del general; sobre ella, el sable que en testamento del Libertador José de San Martín le legara por “la firmeza con que ha sostenido el honor de la república contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarnos…”

Sobre el ataúd una chapa con su nombre como él lo escribía: “Juan Manuel de Rosas”, y las fechas de su nacimiento y su muerte.

Sobre su tumba, un sobrio monumento, coronado por una cruz, y una lápida señalando su nacimiento, su llegada a Inglaterra y su muerte.

Leonardo Castagnino

Fuentes:

– Castagnino Leonardo. Juan Manuel de Rosas, Sombras y Verdades

– Castagnino Leonardo Juan Manuel de Rosas. La ley y el orden

– Castagnino Leonardo Aritigas, Rosas y Francia. La línea histórica Federal

– Ibarguren Carlos. J.M. de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo.

– Irazusta, Julio. Vida política de Juan Manuel de Rosas. – La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar

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